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Lo que comenzó con un horno de pizza traído desde Nueva York en 1953 se convirtió en uno de los símbolos más duraderos de la vida social y gastronómica de la capital dominicana. Hoy, tras el inicio de la demolición de su edificio original en el Malecón, el restaurante El Vesuvio se despide definitivamente de la geografía urbana de Santo Domingo. En su lugar, se levantarán dos torres residenciales de 22 pisos.

Detrás de ese cambio late una historia familiar cargada de sabor, memoria y amor por la cocina. Enzo Bonarelli, hijo del fundador, comparte con Diario Libre los orígenes de esta tradición napolitana sembrada frente al mar Caribe.

Un volcán italiano en el Malecón

El Vesuvio fue fundado oficialmente el 21 de enero de 1954, sin que su creador, Annibale Bonarelli, supiera que ese día coincidía con la celebración de la Virgen de la Altagracia. La idea había comenzado meses antes, cuando unos amigos lo convencieron de viajar desde Nueva York a Santo Domingo. «Le dijeron que aquí no había restaurante italiano», cuenta Enzo. Entonces decidió instalar uno.

Vio que la residencia del ingeniero Atilio León tenía el frente en la avenida independencia y la parte trasera (el patio) se comunicaba con la «prolongación» George Washington (mi papá vio, que el parecido con la vista del mar le recordó su pueblo natal Napoli y la vista del malecón con la panorámica del volcán Vesuvio le pidió al ingeniero Atilio León, que le habilitara el patio trasero, ordenó un toldo que cubriera el 50 % de la terraza y ese fue el comienzo del «local» del restaurant-pizzería-heladería.

Regresó a Nueva York, compró un horno de pizza y tres estufas eléctricas. En pocos meses, ya tenía 18 mesas ocupadas cada noche, con filas de clientes esperando su turno desde la acera opuesta. O sea en el Malecón.

La familia, aún en Italia, se trasladó a Santo Domingo en mayo del 1954. Los Bonarelli —Enzo, Pepino, María, Gaetano y la más pequeña, Rosario— se establecieron en un segundo nivel sobre el restaurante. «Nosotros vivíamos arriba, abajo funcionaba el restaurante. Una forma de tradición», recuerda.

Expansión, remodelaciones y arte


En 1959, los Bonarelli compraron el terreno donde operaban y mandaron a construir un nuevo edificio, diseñado por el ingeniero Ramón Castillo. «Castillo le dijo a papá que le pondría varilla extra al edificio por si el jefe venía a comer ahí», cuenta Enzo con humor.

Desde entonces, El Vesuvio fue creciendo y transformándose sin perder su esencia. En 1966, tras el fin de la Revolución de Abril, realizaron la primera gran remodelación, a cargo del arquitecto Marranzini, apodado «Sancocho». En 1972 vino otra, dirigida por Benjamín Paiewonsky, quien también integró en los años 80 una escultura de Prats Ventós y un mural de mosaico bizantino con piezas doradas, que fue donado al Museo León Jimenes en Santiago. El mural fue ampliado en 1987 y nuevamente en 1998.

«Cuando salimos del restaurante, desmontaron todas las piezas y un restaurador duró casi un año en recuperarlas. Fue un proceso muy delicado», dice Bonarelli.